Ahora que el verano ya da la cara como verano, y que la edad me hace recordar que fisicamente no soy un niño, vienen a mi memoria pasajes de cuando las preocupaciones del dia se reducian al agua en los odios. No se porque, seguramente fue algun olor a cloro, el que me recordo como durante los meses de Julio y Agosto emigrabamos a la piscina, mi madre, mi hermana y yo. En Córdoba, es el único resquicio que nos queda cuando el termometro alcanza y supera los 40º. Recuerdo como ibamos cargados con las sillas, toallas, flotadores, etc para coger el autobus que nos llevaba a Figueroa donde mis padres habían empezado a construir una vida en común. Un barrio de gente trabajadora que tenia una piscina inmensa (al menos en mi recuerdo). Contaban que el rey habia inaugurado el barrio... y esa historia hacia poner en mi cabeza a miles de personas agolpadas intentando ver como unos jóvenes reyes habrían cortado una cinta o algo asi.
El autobus iba siempre cargado de gente y si tenias suerte podias sentarte en aquellos incomodos asientos de madera siempre pensando en que no se subiera una persona mayor para que tuvieras que cederle el sitio...
Cuando llegabamos a Figueroa, el sol ya empeza a apretar bastante y recuerdo que mi hermana se solia comprar un paquete de "pizquitos" de patatas... algo realmente novedoso y sorprendente para mi que no dejaba de ser una bolsa de patatas fritas machacada.
Cuando entrabamos, el vestuario olía regular y el agua, siempre se acumulaba en el suelo. Nos decian que no fueramos descalzos para no tener hongos y yo siempre pensaba que debian ser como tener un huerto de champiñones en los pies.
Las horas de la mañana las pasaba con mis tios y primos todo el rato en el agua, sin crema y abriendo los ojos cuando buceaba... eso siempre hacia que los ojos estuvieran rojos el resto del dia. Los trampolines eran la mayor diversion y una vez que perdi el miedo hacia cosas que ahora me dan miedo pensarlas.
A la vuelta, mi padre nos recogía en el 850 rojo sin aire cuando volvía de trabajar de la fábrica y los asientos de "sky" se pegaban como ventosas en nuestro cuerpo.
Al llegar a casa, las persianas bajadas hacian que nuestro piso de Santa Rosa se mantuviese a una temperatura apetecible mientras que el coche fantástico, el gran héroe americano y el halcón callejero compartieran el sabor del salmorejo y la tortilla de patatas que no he podido borrar de mi mente.
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